LITERATURA INGLESA
The fox and the wolf in the well
(El zorro y el lobo en el pozo)

Rev. 10 noviembre 2004

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Un Zorro famélico con ánimo sombrío dejó el bosque en busca de alimento. Retortijones tan espantosos nunca había tenido, ni sentido hambre la mitad de mala. No se acercaba a senderos ni calles, pues hombres no deseaba conocer. Prefería conocer a una simple gallina que a medio centenar de mujeres entonces. Avanzando velozmente por todas partes, [10] vio, no muy lejos, un muro que rodeaba una casa; y ya ansiaba aliviar los retortijones que le quemaban. Tan hambriento estaba, que no podía pensar en otra cosa que en comida y bebida. Inquietamente miró alrededor y entonces se precipitó a cruzar el terreno hacia el muro que, cuando se acercó, en parte derruido aparecía; sí, como si le hubieran dado un golpe, [20] aunque al lado la verja estaba cerrada con llave. La primera apertura que encontró, saltó y la atravesó de un brinco, y luego esbozó una sonrisa desdeñosa: ¡curioso pensar que había entrado sin ni siquiera un «con su permiso» al guardián del seto o al encargado!

Un cobertizo había, con la puerta abierta, por la que antes habían salido despacio unas gallinas, cinco en realidad, lo que hace una multitud, [30] y sentado con ellas había un Gallo. Antes de que las gallinas pudieran hacer nada, Zorro les había estropeado la reunión: les mordió los cuellos a las tres más gordas y empezó a comer alegremente. Las dos supervivientes de la bandada habían volado alto; y también Gallo.

—¿Qué haces aquí? —dijo Gallo—. Cristo te maldiga. ¡Vete a casa, Zorro viejo! Muchas veces haces daño a nuestro pueblo gallináceo.

[40] —Callad, os lo ruego, por el amor de Dios —replicó Zorro—. ¡Señor Chantecler! Bajad y acercaos. Nada he hecho aquí sino bueno: he hecho sangrar un poco a vuestras gallinas; creedme, estaban muy enfermas; no hubieran vivido ni una semana más si no les hubiera abierto las venas. Este trabajo lo hice por el bien del pueblo gallináceo y por caridad. Las hice sangrar: [50] lo mismo, señor Gallo, os haría bien; tenéis el bazo, como ellas, demasiado caliente. Ni diez días más en el nido empollaréis; se os acabará la vida en un tris si no seguís mi sabio consejo. Os haré sangrar bajo la pechuga, o llamad al sacerdote: ¡él hará el resto!

—¡Fuera! —gritó Gallo—. Y languidece de pena, pues has sido la plaga de mi pueblo. Vete sin ningún trofeo, [60] y ¡que Dios te aborrezca! Pues si bajara, por el nombre de Dios, podría estar seguro de más daño. Pero si acaso llegara a oídos del cillerero que estás aquí, vendría a perseguirte de inmediato con grandes picos y palos y piedras. Todos los huesos te los rompería por la mitad, y entonces nos vengaríamos de ti.

Zorro siguió callado, y no dijo nada más. [70] La sed le hacía estragos; en realidad lo atormentaba aún más que el hambre al principio. Empezó a buscar por todas partes y pronto sus rastreantes sentidos hallaron un pozo ingeniosamente construido, con agua dentro, según le parecía. Dos cubos colgando encontró; uno, al fondo, tocaba el suelo, y cuando la cuerda se recogía hacia arriba, [80] este cubo subía, el otro bajaba. Cómo funcionaba no podía decidir: cogió el cubo, saltó dentro esperando beber, y entonces el cubo empezó a hundirse. ¡Demasiado tarde! Pues Zorro no había previsto que sería parte de la máquina. Caviló sobre el artilugio penosamente, pero todas las cavilaciones fueron vanas. Confundido como lo tenía, [90] debía seguir bajando al hoyo. ¡Mejor hubiera sido su voluntad dejar el cubo todavía colgando! Y que con la miseria y con el terror todos los pensamientos de sed le desaparecieron de la cabeza. En tal disposición llegó al suelo; abundante agua encontró, pero como el líquido parecía apestar, no se inclinó a echar un trago, porque no tenía la cabeza en la sed. [100] Entonces exclamó Zorro:

—¡Maldita sea la codicia! Hace que uno coma demasiado. Ahora, si no hubiera tenido esta codicia, no habría acabado en esta tribulación por placer de la barriga, ya lo sé. ¡Mal haya el hombre en cualquier país que roba con mano ladrona! Me han pillado bien, queda claro, o si no algún diablo me trajo aquí. Yo era un tipo listo, [110] pero ahora estoy en la trampa de otro.

Lastimeramente Zorro luego lloró. Ahora rápidamente de la espesura del bosque un Lobo salió en busca de alimento, corriendo en actitud famélica. Aunque había buscado toda la eterna noche, no había probado bocado. Junto al muro oyó un ruido, y reconoció la voz de su vecino; conocía a este Zorro, que siempre [120] apadrinó a sus propios cachorros. Así que junto al pozo se detuvo y se sentó, y luego gritó:

—¿Y a quién oigo ahí debajo en el pozo? ¿Eres cristiano o compañero mío? Di la verdad, no me engañes: ¿Quién te metió en el pozo, y por qué?

Ya Zorro sabía bien quién había llegado, y pensando con rapidez, en seguida ideó un truco que le permitiera subir [130] a él y bajara al lobo. Así que gritó:

—¿Quién anda ahí arriba? Creo que es Isengrino a quien oigo.

Entonces contestó Lobo:

—Es muy cierto, pero ¿quién, por Dios, eres tú?

—Te lo diré —fue la astuta respuesta—, y ni una palabra será mentira. Me llamo Reinardo: soy tu amigo, y si hubiera sabido que descenderías, viejo, te habría avisado [140] para que vinieras conmigo, y eso es verdad.

—¿Contigo? —fue la respuesta de Lobo—. ¿Adónde? En el fondo del pozo ¿qué iba a hacer yo?

Así que Zorro explicó:

—No eres sabio, pues aquí está el gozo del paraíso, donde las miserias y los problemas nunca llegan, y yo puedo prosperar para siempre. Alimento hay, y bebida hay; no hay que trabajar para conseguir el gozo. El hambre no puede existir aquí, [150] y otras penas no aparecen. Aquí hay abundancia de todas las cosas buenas.

Eso puso a Lobo de humor festivo.

—Por Dios, pero ¿estás muerto o eres de este mundo? —dijo alegremente Lobo—. ¿Cuándo moriste, y por qué y cómo, y qué haces ahí abajo ahora? Apenas hace tres días que tú, tu mujer, tu familia de hijos grandes y pequeños, y yo [160] nos sentamos a comer juntos.

Zorro le contestó:

—Sí, así es. Y gracias a Dios, como van las cosas, que he bajado con Jesús; pero ninguno de mis conocidos lo sabe. No estaría con ellos ahí arriba por todas las riquezas del mundo, lo juro. ¿Por qué habría un hombre de ir al mundo, cuando nada le llega sino pena y tristeza, y suciedad y pecado es todo lo que encuentra? [170] Pero aquí hay alegrías de muchas clases. Aquí hay ovejas y cabras en abundancia.

Ya Lobo estaba literalmente vacío, pues llevaba horas sin comer.

—¡Ajá! —dijo—. Mi queridísimo amigo, déjame bajar y compartir los víveres que tengas, y olvidaré tus muchos delitos de robarme comida en otros tiempos. Pues estos te serán bien perdonados.

[180] —Ah, sí —dijo Zorro—, si estuvieras confesado; si de los hábitos pecadores abjurases, y si tu vida fuera limpia y pura, entonces con gusto recomendaría que te permitieran descender.

—Pero —exclamó Lobo—, ¿a quién he de confesar mis pecados? Pues aquí no veo hombre o ser viviente equipado o capacitado para confesar. Si quieres tú, tantas veces amigo sincero, [190] oír aquí mi confesión, toda mi vida te contaré.

—¡Eso —dijo Zorro— no lo harás!

Entonces Lobo suplicó:

—¡Por favor, pues el hambre me debilita rápidamente! Esta noche habré muerto si no me consuelas mientras me confieso. ¡Por el amor de Cristo, sé mi sacerdote!

Entonces se inclinó la bestia lastimera, y suspiró sonoramente.

—Si deseas [200] tu confesión —dijo Zorro—, entonces exijo que me cuentes, uno a uno, tus pecados hasta que acabes con el último.

—¡Con gusto —dijo Lobo— y sin rodeos! He sido malo toda la vida. Además, tengo la maldición de las viudas, y eso hace que mis pecados parezcan peores. He llegado a probar mil ovejas, y pensarlo me hace llorar: de hecho es menos de lo apropiado. [210] Maestro, ¿he de contarte más?

—Sí —dijo Zorro—, y nada te guardes; o deberás buscarte un sacerdote en otra parte.

Entonces dijo Lobo:

—Querido amigo sincero, ¡perdóname por haber hablado mal de ti! Dicen que cuando vivías cometiste trasgresión con mi mujer. Una vez te observé en ello con ella, al descubriros juntos en la cama. De hecho, muchas veces me llamó la atención [220] que estuvieras en cama y yo cerca. Así que creo, como otros, que lo que vi era totalmente cierto. Así que te odié, sin duda. Querido amigo, te lo ruego, no te ofendas.

—Lobo —entonces le declaró Zorro—, todos y cada uno de los pecados que has cometido de pensamiento, palabra, obra, ahora te perdono en tu necesidad.

—Que Cristo te premie por hablar así [230] —dijo Lobo, ya liberado de toda pena—. Ya he me purificado la vida, no pienso ni en hijo ni en mujer. Dime, rápido, ¿qué he de hacer para descender contigo?

—¿Hacer? —dijo Zorro—. Lo aclararé. ¿Ves cerca colgar un cubo? Esa es la puerta al gozo celestial. Salta dentro, y cuidado con no fallar, y pronto vendrás conmigo.

[240] —Saltaré —dijo Lobo— ¡muy fácil!

Entonces, como Zorro había calculado, entró de un brinco. El cubo, con el peso, bajó a Lobo y subió a Zorro. Aquel, preocupado por la sacudida, gritó a mitad de la bajada a Zorro, según subía este:

—Querido amigo, ¿qué he de hacer, y cómo? Y dime adónde vas ahora.

—¿Adónde? —dijo Zorro—. ¡Anda!, arriba, amigo mío. ¡Dios alabe esta acción mía! [250] Y tú baja y encuentra tus víveres, botín, me temo de poco valor. Pero una cosa me alegra, seguro: bajas confesado y puro. Me encargaré de que te doblen las campanas de difuntos y que se canten misas por tu alma.

Abajo el infeliz solo halló agua. El hambre rabiosa no le daba cuartel. ¡Tuvo un festín frío abajo, [260] sin más que ranas para amasarle la pasta! En el fondo del pozo el Lobo engañado estaba famélico y de humor frenético. Maldecía al que lo había llevado allí, lo que no cargaba de preocupación a Zorro.

Ahora en un edificio cercano vivían unos frailes regordetes y astutos; y cuando era hora de que estos frailes se levantaran a rezar, tenían a un hombre cuya obligación era [270] despertarlos sin demora, y entonces los maitines podían decir. Decía:

—¡Arriba todo el mundo, y venid a maitines todos!

Este fraile se llamaba Aylmer: era el maestro jardinero, y, sintiendo sed durante las oraciones, dejó esos asuntos celestiales, y fue hacia el pozo con rapidez a saciar su simple necesidad. [280] Una vez allí, tiró con gran vigor, pero encontró en Lobo un gran peso. Jaló y tiró con todas sus fuerzas hasta que la bestia se dejó ver, cuando, viéndolo sentado dentro:

—¡El Diablo está en el pozo! —gritó.

Entonces salieron los frailes en tropel, y se precipitaron hacia el pozo. Picos y palos y piedras tenían, y los desarmados se sentían muy tristes. [290] Sacaron a Lobo del pozo. ¡Tenía demasiados enemigos fieros, ansiosos por echarle los perros y golpearlo y abrirle heridas! Con fuertes palos y punzantes lanzas sacudieron a Lobo por las orejas. Zorro lo había engañado, declaro yo; ¡no halló mucho gozo allí abajo, ni ganó perdón, lo sabe el cielo, por sufrir todos esos golpes!