Fuentes primarias:
Traducciones al inglés moderno:
Traducciones españolas:
Los tesoros descritos en Beowulf debieron parecerse al desenterrado en 1939 en Sutton Hoo (Suffolk).
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[La milagrosa llegada y despedida de Scyld, fundador de la dinastía. Grendel, medio hombre, medio monstruo, invade la gran casa de Hrothgar, Heorot.]
¡Atended! Hemos oído de la prosperidad del trono de Dinamarca, cómo los reyes de esa nación florecieron en otros tiempos, cómo esos príncipes regios obtuvieron esa gloria.
¿No fue Scyld Shefing, que estremeció los salones, tomó bancos de hidromiel, enseñó a enemigos intrusos a temerlo, el mismo que, hallado en la infancia, carecía de ropa? Sin embargo, vivió y prosperó, creció en fuerza y estatura bajo los cielos [10] hasta que las tribus establecidas en las costas vecinas al otro lado del camino de la ballena todas debieron obedecerlo y darle tributo. ¡Era un buen rey!
Un hijo después le nació a Scyld, un niño pequeño en el patio del salón, esperanza para el pueblo, enviado por Dios; las penas mucho tiempo sufridas no le eran desconocidas, el rigor de los años sin señor. Por eso el Dador de la vida, Soberano de Gloria les concedió esta bendición. Por las tierras del norte el nombre de Beow, [20] el hijo de Scyld, se difundió. Pues en la juventud un príncipe debería practicar la virtud, dar con mano liberal mientras esté en casa del padre, para que en la vejez, cuando se junten enemigos, los amigos constantes estén a su lado y le sirvan con gusto. Es por la acción gloriosa como un hombre alcanza el honor en cualquier pueblo.
A la hora señalada para él Scyld se marchó, el héroe pasó a la custodia de su Señor. Lo sacaron a la orilla del mar [30] sus juramentados compañeros de armas, como él había deseado mientras aún podía hablar, Guardián de los Scyldings, amado fundador de una nación; mucho tiempo había reinado.
Una barca con la cabeza adornada de anillos entró en la bahía, helada, rumbo a la mar, la nave del príncipe, y allí extendieron a su amo y señor, dispensador de oro enroscado, en el centro del barco, majestuoso junto al mástil. Una pila de tesoros de países lejanos reunieron a bordo, y se dice que ninguna embarcación jamás se preparó más bravamente [40] con las armas de un guerrero, guarnición de guerra, espadas y armadura; sobre el pecho le pusieron tesoros y adornos que lo acompañaran en su lejano viaje al dominio de las aguas.
Este tesoro no era menos grande que los dones que había recibido de los que al principio lo habían aventurado a los mares, solo, siendo un niño pequeño.
En alto por encima de la cabeza le alzaron y fijaron un estandarte de oro; lo entregaron a las aguas, dejaron que los mares se lo llevaran, con los corazones sombríos [50] y el ánimo fúnebre. Los hombres bajo los cielos cambiantes del firmamento, aunque sabios en el consejo, no pueden decir con seguridad quién desembarcó esa carga.
Luego por mucho espacio se hospedó en la fortaleza Beowulf el danés, rey querido de su pueblo, afamado entre las naciones —su padre había dejado la tierra— cuando tarde le nació el señor Healfdene, soberano de por vida y patriarca, temido en la guerra, de los orgullosos Scyldings. Fue luego padre de cuatro hijos [60] que saltaron al mundo, este jefe de ejércitos, Heorogar y Hrothgar y Halga el Bueno; y Úrsula, he oído, que fue reina de Onela, conoció el abrazo del lecho del Scylfing batallador.
Entonces a Hrothgar le fue concedida gloria en la batalla, dominio del campo; así que amigos y parientes con gusto lo obedecían, y su banda se amplió a una gran compañía. Se le ocurrió que ordenaría la construcción de un enorme salón de hidromiel, una casa mayor [70] que cualquiera de la que hubieran oído hablar los hombres, y compartiría los dones que Dios le había otorgado en su suelo con jóvenes y ancianos, excepto la tierra pública y las personas de los esclavos. Por todas partes, según he oído, se hicieron encargos en muchas tribus por toda la tierra para la construcción del salón de hidromiel. Y, según cuentan los hombres, muy pronto amaneció el día en que estuvo lista esta la más grande de las casas. Heorot la llamó aquel cuya palabra gobernaba un ancho imperio. [80] Hizo bueno su alarde, repartió anillos, brazaletes en el banquete. Con audacia levantaba el salón sus hastiales arqueados; aún por encender la llama de la antorcha que la convertiría en cenizas. Aún no había llegado el tiempo en que la enemistad sanguinaria traería de nuevo odio de espadas entre parientes juramentados.
Con pena el poderoso demonio que habitaba en la oscuridad sufría ese tiempo en que oía a diario el salón lleno de sonora diversión; estaba la música del arpa, [90] la clara canción del poeta, contando perfectamente la remota creación original de la raza humana. Contaba cómo, hace mucho tiempo, el Señor formó la Tierra, una llanura brillante que mirar, ceñida por el océano, en su esplendor estableció el sol y la luna como luces que iluminaran a los habitantes de la tierra, y adornó la faz de la Tierra con ramas y hojas. Entonces infundió la vida a cada criatura que se arrastra o se mueve.
Así que la compañía de los hombres llevaba una vida despreocupada, [100] todo les iba bien: hasta que uno empezó a idear un mal, un enemigo del infierno. Grendel llamaban a este demonio cruel, el páramo y el pantano eran su fortaleza, la marca su guarida. Este ser infeliz había vivido largo tiempo en la tierra de los monstruos desde que el Creador los desterró como linaje de Caín. Por aquella muerte de Abel el Señor eterno se tomó la venganza. No sacó ningún gozo de aquel crimen: ¡lejos de la humanidad [110] lo envió Dios por su acción vergonzosa! De Caín descendieron todas las razas bastardas —ogros y elfos y fantasmas malvados— como también los gigantes, que se juntaron en largas guerras con Dios. Él les dio su merecido.
Con la llegada de la noche llegó también Grendel, se acercó a la gran casa para ver cómo los daneses de los anillos guardaban el salón cuando el cuerno había dado la vuelta. Encontró en Heorot la fuerza de nobles dormidos tras la cena, olvidada la pena, [120] la condición de los hombres. Enloqueciendo de rabia, golpeó rápidamente la criatura del mal: furioso y ávido agarró en los camastros a treinta guerreros, y de ahí salió, excitado con su despojo: se llevó a casa el atracón de muerte, buscó sus propios salones.
[Beowulf ha muerto, y el oro ganado a alto precio lo entierran con él en su túmulo.]
La raza de los gautas entonces le erigió una pira funeraria. No era un túmulo menor, sino que brillantes cotas de malla y escudos de guerra y yelmos colgaban sobre él, como él había deseado. Entonces los héroes, entre lamentos, extendieron en el medio a su gran jefe, su querido señor. En la cúspide del túmulo los hombres luego encendieron el mayor de los fuegos funerarios. Negro humo de madera subía del fuego, y el rugido de las llamas [10] se mezclaba con el llanto. Los vientos estaban quietos mientras el calor en el corazón del fuego consumía la casa de hueso. Y con ánimo consternado expresaron su tristeza por la muerte de su señor. Una mujer de los gautas con congoja cantó el lamento por su muerte. Fuerte cantó, con el pelo recogido, el peso del miedo de que le estuvieran destinados malos días: tropas superadas, terror de ejércitos, esclavitud, humillación. El cielo se tragó el humo.
[20] Luego la tormentosa nación gauta le construyó una fortaleza en el promontorio, tan alta y amplia que los navegantes pudieran verla desde lejos. El faro de ese hombre intrépido en la batalla lo hicieron en diez días. A lo que quedó del fuego le levantaron un muro alrededor, de ejecución tan fina como los hombres más sabios podrían conseguir, pusieron en la tumba tanto los brazaletes como las joyas, toda la magnificencia que los hombres habían antes tomado del tesoro con fiereza hostil. [30] Dejaron la riqueza de los guerreros al cuidado de la tierra, el oro en el polvo. Aún sigue allí, de no más utilidad para los hombres que en épocas anteriores.
Luego los guerreros rodearon a caballo el túmulo, doce de ellos en total, hijos de los nobles. Recitaron una endecha para declarar su duelo, hablaron del hombre, lloraron al rey. Alabaron su hombría y el valor de sus manos, ensalzaron su nombre; está bien que un hombre sea efusivo al honrar a su señor y amigo, [40] que lo ame en el corazón cuando el abandono de la casa de carne le acontece al fin.
Esta fue la manera de la lamentación de los hombres de los gautas, partícipes en la fiesta, en la caída de su señor: dijeron que era de todos los reyes del mundo el más noble de los hombres, y el más agraciado, el más generoso con su pueblo, el más ávido de fama.