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[Extracto del Prólogo]
Un verano, cuando el sol estaba suave, me puse atuendo como si fuera pastor, en hábito como un ermitaño, impío de obras, fui lejos en este mundo para oír maravillas. Pero una mañana de mayo, en las Colinas de Malvern, me ocurrió un prodigio, de magia me pareció. Había errado fatigadamente, y me fui a descansar al pie de una colina junto a un arroyo, y cuando tumbado me incliné a mirar en las aguas, [10] me adormecí, sonaba tan apacible.
Entonces tuve un sueño maravilloso, que estaba en un páramo, no sabía dónde; al mirar al este, hacia el sol, vi una torre sobre un montículo, finamente construida; un profundo valle debajo, una mazmorra en él, con profundas fosas, oscuras y terribles de ver. Un campo abierto lleno de gente encontré entre ambos, de toda condición de hombres, pobres y ricos, trabajando y errando como exige el mundo. [20] Unos se aplicaban al arado y jugaban muy raramente: al plantar y sembrar sudaban afanosamente para obtener lo que los derrochadores con gula destruyen. Y unos ejercían la soberbia, se ataviaban de ese modo (con soberbia), en aspecto de la vestimenta venían disfrazados.
A las oraciones y a la penitencia se dedicaban muchos, solo por amor a nuestro Señor llevaban una vida muy estricta, en la esperanza de gozar la dicha del reino celestial; como anacoretas y ermitaños que permanecen en las celdas y no ansían por el campo retozar, [30] ni vida lasciva para complacer a sus cuerpos.
Y algunos eligieron el comercio; les va mejor, o así nos parece a nuestros ojos, que tales hombres prosperan. Y unos hacer melodías, como saben hacer los juglares, que consiguen oro con sus canciones, inocentes, según creo; pero los bufones y charlatanes, hijos de Judas, inventan fantasías y se hacen los tontos, cuando tienen entendimiento a voluntad para trabajar si quisieran; lo que Pablo predica de ellos, no lo repetiré aquí: quien dice calumnia es siervo de Lucifer.
[40] Mendigos y pordioseros se arremolinaban con los vientres y las bolsas de pan bien atiborrados, se ganaban el sustento mendigando en falso, y se peleaban en la taberna: con gula, sabe Dios, se acuestan, y se levantan con procacidades, esos ladrones bellacos. El sueño y la vil pereza los siguen siempre.
Peregrinos y palmeros se prometían mutuamente visitar a Santiago y a santos en Roma. Seguían en camino con muchas sabias historias, y tenían licencia para mentir el resto de sus vidas. [50] Vi a unos que decían haber visitado santos: para cada relato que hacían, tenían las lenguas tentadas a mentir más que a decir la verdad, a juzgar por lo que contaban.
Ermitaños en tropel, con bordones ganchosos iban a Walsingham y sus mozas tras ellos: grandes zánganos largos que eran reacios a trabajar, se vestían con capas para distinguirse de los demás, y se ataviaban de ermitaños para darse buena vida.
Allí encontré frailes, las cuatro órdenes, predicando a la gente en beneficio propio, [60] glosando el Evangelio como les parecía, por codicia de capas interpretándolo a su gusto. Muchos de estos frailes maestros pueden vestirse a su antojo, pues su dinero y su mercancía marchan juntos. Ya que desde que la Caridad ha sido merchante y jefe para confesar a señores, muchos portentos han acaecido en pocos años. Salvo que la Santa Iglesia y ellos vayan mejor unidos, la mayor calamidad del mundo se cierne bien pronto.
Allí predicaba un bulero como si fuera sacerdote, sacaba una bula, con sellos del obispo, [70] y decía que podía absolverlos a todos de la falsedad al ayunar, de los votos rotos. Los simples lo creían bien y se complacían en sus palabras, llegaban y se arrodillaban a besar las bulas. Él les daba un toque con la indulgencia y les cegaba los ojos, y rastrillaba con el documento anillos y broches. Así entregan el oro para mantener a glotones, y se lo dan a bribones que practican la lascivia. Si el obispo fuera venerable y digno de sus dos oídos, no se enviaría su sello para engañar a la gente. [80] Pero no por el obispo predica el muchacho, pues el cura y el bulero se reparten la plata que debieran tener los pobres de la parroquia si no se hiciera. Párrocos y curas se quejaban al obispo de que las parroquias eran pobres desde el tiempo de la peste, para tener licencia y permiso para vivir en Londres y cantar allí por simonía, pues la plata es dulce.
Obispos y bachilleres, maestros y doctores que tienen la cura de almas bajo Cristo y, como símbolo, tonsura, señal de que han de confesar a sus feligreses, [90] predicarles y orar por ellos, y dar de comer a los pobres, se quedan en Londres, en cuaresma y demás. Unos sirven al Rey y le cuentan la plata, en el Tesoro y la Cancillería, le reclaman las deudas de municipios y concejos, las propiedades sin dueño. Y algunos sirven de siervos a señores y señoras, y en lugar de administradores, hacen de jueces. Sus misas y maitines y muchas de las horas se hacen sin devoción. El riesgo es que al final Cristo en el consistorio no condene a muchos. [100] Percibí el poder que Pedro tenía, para atar y desatar, como cuenta el libro, y cómo lo situó con amor, como ordenó nuestro Señor, en cuatro virtudes, las mejores de todas las virtudes, que cardinales se llaman, y cerrando las puertas de donde está Cristo en su reino, para cerrar y echar la llave, y abrírselo a ellas y mostrarles la dicha del cielo. Pero el de los cardenales de la Curia, que tomaron ese nombre, y detentaron el poder de nombrar al Papa, que tiene el poder que tenía Pedro, impugnarlo no deseo. [110] Puesto que al amor y al saber corresponde la elección, puedo, pero no puedo, de la Curia decir más.
Luego llegó un Rey, Caballeros lo llevaban, el poder de los Comunes lo hacía reinar: y luego vinieron Inteligencia Natural y los funcionarios que eligió para aconsejar al Rey y a los Comunes salvaguardar.
El Rey, y los Caballeros y el clero, decretaron que los Comunes habían de valerse por sí mismos. Los Comunes inventaron, por Inteligencia Natural, las artes: y para beneficio de todos, ordenaron a los labradores [120] cultivar y trabajar, como exige la vida auténtica. El Rey y los Comunes —Inteligencia Natural era el tercero— dieron forma a la ley y la realeza, ambos conocían derechos y deberes.
[Libro V. El soñador despierta, aunque vuelve a quedarse dormido casi de inmediato. Entonces sueña que Razón predica en el llano al reino entero y que empuja a toda la gente a confesar sus pecados. Cada uno de los siete pecados capitales (Orgullo, Lujuria, Envidia, Ira, Avaricia, Gula y Pereza) se confiesa ante Arrepentimiento, quien entonces reza a Cristo para que los perdone a todos. El siguiente pasaje corresponde a la confesión de Gula.]
Y entonces Gula se vistió para ir a Confesión. Cuando paseaba camino de la iglesia, lo saludó Betty, la tabernera, que le preguntó adónde iba.
—A Santa Iglesia —replicó él—, a oír misa e ir a Confesión; y ya no cometeré más pecados.
—Aquí tengo buena cerveza, Gula —dijo ella—. ¿Por qué no entras y la pruebas, tesoro?
—¿Tienes especias picantes en la bolsa?
—Sí. Tengo pimienta, y semillas de amapolas, y una libra de ajo... ¿o [10] prefieres medio penique de hinojo, ya que hoy toca pescado?
Así que Gula entró en la taberna, seguido de Blasfemias. Allí encontró a Cissie el zapatero sentado en el banco, y a Wat el guardabosque con su mujer, y a Tim el calderero con sus dos aprendices, y a Hick el alquilador, y a Hugh el mercero, y a Clarice, la puta de Cock Lane, junto al sacristán de la parroquia, y a Davy el acequiero, y al Padre Peter de la abadía de Prie-Dieu, con Peacock la moza flamenca, y a otra docena de ellos, por no mencionar un violinista, y un cazarratas, y un basurero de Cheapside, un cordelero y un soldado. También estaban allí Rose la peltrera, Godfrey de Garlick-hithe, Griffiths el [20] galés, y una tropa de subastadores. Bueno, allí estaban todos, a primera hora de la mañana, dispuestos a darle la bienvenida a Gula empezando con una pinta de la mejor cerveza.
Entonces Clement, el zapatero remendón, se quitó la capa y la lanzó al suelo para jugar a la tasación. Así que Hick el alquilador tiró la capucha y pidió al carnicero Bett que participara, y ambos eligieron tasadores que pusieran precio a sus artículos y decidieran sobre la diferencia.
Los dos tasadores saltaron en seguida, se apartaron a un rincón y empezaron a cuchichear sobre el valor de estos andrajos. Pero como tenían escrúpulos sobre los precios y no se acababan de poner de acuerdo, pidieron a Robin el [30] cordelero que se les uniera de árbitro, y así decidieron el asunto entre los tres.
Resultó que Hick el alquilador se quedó la capa, mientras que Clement tuvo que llenar el vaso y contentarse con la capucha de Hick. Y el primero en retractarse tenía que hacer los honores y servirle a Gula un galón de cerveza.
Entonces hubo ceños fruncidos y carcajadas y gritos de «¡Pasad el vaso!». Y así se estuvieron sentados, alborotando y cantando hasta la hora de vísperas. Por entonces, Gula había engullido más de un galón de cerveza, y las tripas le empezaban a retumbar como un par de cerdas glotonas. [40] Luego, en menos que se dice un padrenuestro, había meado como medio galón, y había hecho sonar de tal modo la redonda trompa del trasero que todos los que la oyeron tuvieron que taparse la nariz, y desearon que Dios se lo taponara con un ramo de aulaga.
No podía andar ni tenerse en pie sin el bastón. Cuando por fin se puso en marcha, se movía como la perra de un juglar ciego, o como un pajarero al tender las cuerdas, a veces de lado, a veces hacia atrás. Al acercarse a la puerta, se le vidriaron los ojos, y tropezó en el umbral y cayó de bruces al suelo. Entonces Clement el zapatero lo cogió por la cintura para levantarlo y lo puso de rodillas. Pero [50] Gula era un tipo grande, y costaba levantarlo; y, por si fuera poco, se le vomitó encima a Clement, y el vómito apestaba tanto que ni el perro más hambriento de Hertfordshire se habría acercado a lamerlo.
Por fin, con mucho trabajo, la mujer y la hija se las arreglaron para llevarlo a casa y meterlo en la cama. Y después de toda esta disipación, entró en un gran sopor y se pasó durmiendo el sábado y el domingo. Al anochecer del domingo se despertó, y mientras se frotaba los ojos legañosos, lo primero que dijo fue:
—¿Quién se ha llevado la jarra?
Entonces la mujer lo regañó por la mala vida que llevaba, y Arrepentimiento [60] se le unió diciendo:
—Sabes que has pecado de palabra y obra, así que confiésate, y muestra algo de pesar, y haz un acto de contrición.
—Yo, Gula, confieso que soy culpable —dijo el hombre—. He pecado de palabra tantas veces que ni las recuerdo todas: he jurado por el «alma de Dios» y he dicho «Dios y todos los santos me asistan» cientos de veces sin necesidad.
Y me he dejado llevar en la cena, y a veces también en el almuerzo, tanto que lo he devuelto todo antes de haber caminado una milla, y he desperdiciado comida que se podría haber guardado para el hambriento. En los días de ayuno he comido los platos más sabrosos que encontraba, y he bebido los mejores vinos, y [70] a veces he prolongado tanto las comidas que he dormido y comido al mismo tiempo. Y para beber más y oír algunos chismes, he comido en la taberna también en días de ayuno, y he salido corriendo a comer antes del mediodía.
—Dios te premiará por esta buena confesión —dijo Arrepentimiento.
Entonces Gula rompió a llorar y a lamentarse de la vida viciosa que había llevado, e hizo voto de ayuno, diciendo:
—De ahora en adelante los viernes no le daré a la barriga ni un bocado de nada, ni siquiera pescado, por muy hambriento o sediento que esté, no hasta que mi tía Abstinencia me dé permiso, aunque hasta ahora siempre la haya detestado.