[22-24] Transcurre rápidamente el año, y las estaciones se suceden. Tras la Cuaresma entra la primavera: «el tiempo más vernal combate al mundo glacial, el frío mengua y declina, las nubes se levantan, a las flores brillantes la lluvia les difunde calor y cae sobre la hermosa llanura, donde aparecen flores; tanto el herboso césped como las arboledas se visten de verde; los pájaros se disponen a construir los nidos, y cantan radiantes el solaz del verano que llega calmando la colina y el valle» (vv. 504-511). Este cuadro de la primavera evoca la vestimenta del Caballero Verde, y la entrada de la nueva estación marca un cambio en la acción del poema. Detrás viene el verano, luego la cosecha, cuando apremia la proximidad del invierno. Empiezan a caer las hojas, y la hierba, antes verde, se hace gris. Así que pronto llega la luna de san Miguel, y Gawain empieza a pensar en el cruel camino que debe tomar. Sin embargo, se queda con Arturo hasta el día de todos los santos, cuando tras la cena anuncia su partida. La flor de la corte está presente y afligida por la suerte de Gawain. Este pregunta: ¿qué otra cosa ha de hacer el hombre sino arriesgarse? El que Gawain, antes de enfrentar la dura prueba, haya de aguardar un año e, incluso, pueda olvidarse de ella durante la alegre primavera nos sugiere que todo individuo tiene que alcanzar cierta madurez antes de llegar a conocerse a sí mismo, como hará Gawain al final del poema. También se podría ver en la sucesión de las estaciones una representación del ciclo de la vida humana: durante la despreocupada juventud, simbolizada aquí por el período primaveral, la persona disfruta sin meditar sobre su destino trascendente; en cambio, cuando se acerca la hora de cada uno, hay que prepararse para el momento culminante de pasar a otra vida.
[25-29] Sir Gawain se arma para la aventura: la búsqueda que se apresta a realizar supone peligros físicos, aunque también lo acecharán otras amenazas más sutiles, de tipo moral. Su armadura es noble y contiene oro. Oye misa, y se despide de los caballeros y las damas. Su caballo, Gringolet, también está bellamente engalanado y reluciente al sol. Sobre el cuello lleva Gawain una preciosa seda con gemas bordadas en forma de aves tales como loros, con vincapervincas en medio, y tortugas, y nudos de amor fiel, «trazados tan tupidamente como si muchas bellezas hubieran estado ocupadas en ello siete inviernos» (vv. 612-614). Las vincapervincas son plantas de hojas siempre verdes, y por ello su simbolismo no hace sino reforzar la idea del renacimiento, continuamente presente en el poema. La tortuga, en otros contextos símbolo de la Iglesia, aquí representa más bien la constancia y la fidelidad del caballero, quien también luce nudos de amor fiel (el nudo es un claro símbolo de la unión). Nótese el comentario que se hace a propósito de estos nudos: parecen haber requerido siete inviernos. El siete, número mágico por excelencia, significa también el ciclo culminado y la renovación.
El escudo de brillantes gules (es decir, rojo) tiene pintado en oro puro el Pentágono. Las armas de Gawain son habitualmente verdes y doradas, por lo que un escudo colorado tiene que producir un efecto similar al del acebo. En cuanto al Pentágono, el poeta explica por qué este símbolo de la verdad sagrada le es tan apropiado a Gawain. Es muy significativo que la narración se detenga para exponer (estrofa 27) el simbolismo del escudo. El Pentágono es una estrella de cinco puntas que puede trazarse sin levantar la pluma del papel. Esta figura, que los ingleses llaman, según nos indica el Poeta, Nudo Interminable (de claro significado esotérico), se considera símbolo de Salomón. Contiene cinco cincos, los cinco sentidos, los cinco dedos (representando la destreza), las cinco heridas de Cristo, los cinco gozos de la Virgen (Gawain lleva grabada en el interior de su escudo la imagen de la Reina del Cielo) y las cinco virtudes del caballero (liberalidad, ternura y consideración hacia los inferiores, continencia, cortesía y piedad). El cinco, número impar, es, pues, número de perfección, y, además, el Pentágono es una figura que puede inscribirse en la circunferencia, representación una vez más del ciclo cerrado.
Cogida la lanza, Gawain se despide (para siempre, según cree él).
[30-38] Gawain recorre solo el reino de Bretaña sin más compañía que la de Dios. Es curioso que nuestro caballero parta hacia su destino en la estrofa 30, es decir, la que corresponde a la edad que tenía Cristo cuando comenzó su vida pública; y también se da la circunstancia de que es en la 33 (la de la muerte y resurrección de Jesús) cuando Gawain divisa el castillo donde habrá de someterse a tres tentaciones. Y no acaba ahí la insistencia en el número: la primera palabra de la estrofa 33 es, elocuentemente, thrice («tres veces»). Las interpretaciones cristianas del poema no son injustificadas, como lo corrobora la devoción del protagonista en la estrofa número 32.
Por donde quiera que pregunta, nadie sabe de ningún caballero verde ni de capilla alguna de ese color. En el camino Gawain escala numerosos riscos y vadea corrientes de agua, teniendo que luchar contra fieros enemigos: dragones, lobos, hombres salvajes, toros, osos, jabalíes, ogros, etc. «De no haber resistido esforzadamente y haber permanecido sumiso a Dios, sin duda habría perecido en muchas ocasiones» (vv. 724-725). Pero peor que los combates es el invierno. Medio muerto de frío, en Nochebuena ruega a la Virgen que lo guíe a algún refugio. Cuando termina de rezar, descubre un castillo, el más hermoso que jamás caballero haya poseído. Contiene muchos robles en sus dos millas de circunferencia, y lo rodea un doble foso. Los robles son árboles de hoja perenne (una vez más el verde perpetuo), y su madera es famosa por ser muy resistente, como tendrá que serlo el propio Gawain, quien aún no está preparado y fallará; de ahí la presencia del número dos, símbolo de lo imperfecto y corruptible, en las dimensiones del foso, que es, además, doble.
Gawain es acogido en el castillo, donde se despoja de sus armas. Después de las penalidades físicas que ha atravesado y de los riesgos que ha corrido, Gawain se siente seguro, y existe el peligro de que baje la guardia, inconsciente de las nuevas amenazas, esta vez inmateriales, que lo acechan: por eso, se quita la armadura, y terminará sucumbiendo a la tentación. El príncipe del castillo le da la bienvenida. Es un hombre poderoso, de estupendo tamaño, barba de color del castor, y fornidas piernas. Gawain es conducido a una habitación fabulosa donde el caballero se desviste. Le traen ricas túnicas, y, después de ponerse una, «ciertamente les parecía a los presentes como si la primavera con todos sus colores se mostrase ante ellos». Gawain mismo parece la encarnación de la primavera. Junto a la chimenea hay una preciosa silla para Gawain; y encima se extiende un manto con las mejores pieles de armiño. Éste es un símbolo heráldico que suele acompañar a reyes. El armiño tiene la peculiaridad de tener la piel parda en verano y blanca en invierno. En seguida se pone la mesa con sopas y todo tipo de pescado (un auténtico festín, siempre respetando la abstinencia propia de Nochebuena). Entonces le preguntan al visitante de dónde viene, y él contesta que de la corte de Arturo; todos celebran tener entre sí a tan distinguido huésped.
[39-40] Al concluir la cena, está próxima ya la medianoche, hora de celebrar la Navidad con la misa. El señor del castillo le reitera la bienvenida. La señora, deseosa de ver a tan ilustre caballero, abandona su banco en la iglesia. Va acompañada de una matrona ya madura (cuya identidad no se desvelará hasta el final del poema). Se contrasta la belleza de la joven con la fealdad de la vieja: «pues, si la una era encantadora, seca estaba la otra. Colores ricos y rúbeos engalanaban a la una, arrugas marchitas surcaban las mejillas de la otra. Un pañuelo con claras perlas apiñadas lucía la una, su pecho y garganta relucientes descubiertos a la vista, brillando como el lustre de la nieve derramada en las colinas; la otra iba enfundada en un griñón envuelto hasta la garganta que ahogaba su barbilla morena en velos blancos como la cal. Sobre su frente llevaba dobladas sedas envolventes, que formaban un enrejado de tréboles y anillos diminutos. Nada quedaba al descubierto en aquella arpía salvo las negras cejas, los dos ojos, la nariz prominente y los labios severos, y aquellos eran un triste espectáculo, excesivamente legañosos...» (vv. 951-963). En este pasaje comprobamos que el blanco y el rojo sirven para ponderar la belleza, en tanto que la fealdad trae aparejado el color oscuro. Hay también una correspondencia entre lo externo y lo interno. La dama es hermosa y también fiel a su esposo (como se sabrá al final de la historia): no tiene nada que ocultar; la otra, en cambio, se esconde, no es pura por dentro y debe cubrir su maldad.
Gawain solicita permiso para acompañar a las damas y lo obtiene. Tras una agradable velada en que todos disfrutan, el caballero se retira a descansar.
[41-45] A la mañana siguiente es Navidad. Todo el día se comen platos maravillosos. Sir Gawain y la dama hallan solaz «en las discretas confidencias de su coqueteo cortés» (v. 1010). La alegría continúa al día siguiente, y al tercero, y en el día de san Juan (27 de diciembre), último de celebración. Gawain se prepara para marchar, pues le quedan tres días para la cita con el Caballero Verde. Cuando el castellano le pregunta adónde va en esta época del año, Gawain le explica que tiene un compromiso que atender, y pregunta por la Capilla Verde y el misterioso caballero. El señor le pide que se quede hasta el mismo día de Año Nuevo, pues la Capilla Verde está cerca. Gawain acepta. El otro caballero le pide que a la mañana siguiente descanse en el castillo, en compañía de su esposa, mientras él esté de cacería. Además propone un pacto: que al final del día el señor del castillo y Gawain se intercambien lo que hayan obtenido.